Libertad, Poder y Teatro


Han pasado ya casi cuatro meses desde que se declaró una cuarentena general en todo el territorio de nuestro país a causa del riesgo biológico y sanitario que presuponía (y aún presupone, al menos en teoría) la enfermedad del COVID-19.

Ciertamente han pasado 149 días los cuales han sidoinusuales, en los que nuestras vidas han cambiado tan profunda y tan radicalmente que poco de nuestros antiguos hábitos persisten, y que han marcado un punto de inflexión en la forma en la que actuamos y percibimos el mundo.

Han sido díasdeunaconstante y ardua actividad política, de novedosas reformas en la ley, y de crisis económica. Esa es la realidad más cercana que podemos observar, al menos en nuestro país, y que no debe cambiar mucho si la comparamos con otros paísesde nuestra región.

Pero de todas formas, en todo este caos sanitario, matizado por elcolapso dela economía sumada a laincertidumbre denuestro ordenamiento jurídico, ha existido una constante inamovible, que se ha manifestado en todas las facetas de los tiempos difíciles que hemos vivido, que no es más que el abuso, el viejo y deplorable abuso.

Nosotros, los que tenemos relación inmediata con la academia, nos hemos acostumbrado a un profundo idealismo sobre la cuestión de las cosas, a ver y creer solamente en el deber ser, en ideales y en teorías que poco o nada tienen que ver con la realidad y que desde luego nunca tendrán relación con ella.

La crisis y la pandemia nos han dado un golpe de realismo en nuestra zona de confort, recordándonos lo que el jurista alemán Carl Schmitt decíahace casi un siglo, que el poder, "la soberanía [...] reside en quien ostenta la potestad de decretar la excepción."

Y es eso lo que hemos visto, excepcionalidades públicas a la regularidad estricta a la que hemos todos sido sometidos, excepciones y privilegios fácticos para quienes ostentan el poder real o para quienes colaboran con ellos,para quienes se benefician de la desgracia, lucrando de ella.

Ese realismo es el que tanta falta nos hace cuando se restringen nuestras libertades y nuestros derechos, cuando nuestro libre tránsito y nuestra libertad económica se limitan por decreto casi divino de la autoridad, mientras mueren personas por falta de atención (o de insumos) médica;pero al mismo tiempose hacen de la vista gorda con los hallazgosde las redes de corrupción.

El abuso y la violación de derechos fundamentales ha sido rampante en estos cuatro meses de pandemia, se han visto casos de irregularidadescasi demaneradiaria, mientras el ciudadano común ha tenido que sufrir social y económicamente como nunca en su vida.

Mientras los hospitales se llenaban de víctimas de la pandemia, y las medicinas e insumos escaseaban, muchos funcionarios cobraban alegremente con sobreprecio por los servicios dados en medio de la crisis, y personajes cercanos al poder político pasado y presente, se enriquecían de la provisión ilegal y extorsiva de los bienes básicos para luchar contra la enfermedad.

Nuevamente, es el beneficio y la libertad de unos frente a la pérdida y restricción de otros.

De poco o nada sirve tener una Constitución tan rica en su catálogo de derechos y garantías, cuya obligación de respetar y promover es del Estado, si el propio Estado y quienes lo componen son los primeros en violarlas.

Y es porque en un país como el Ecuador, en donde el realismo es la norma de vida, pero el idealismo la ilusión en la se mueve la gente (incluso la más educada), la libertad no es sino un abstracto, que cuando puede ejercerse es rápidamenteintercambiado por cuotas de poder en el teatro político en el que pocos logran actuar.

Se debe, y no como sugerencia sino como obligación, repensar y reformar el papel que todos nosotros tenemos en este juego perverso en el que somos movidos como peones de los intereses propios de algunas personas egoístas.

Es nuestra obligaciónempaparnos de realismo y dejar de creer en el deber ser de unas normas que solo se aplican con dureza para los que se dan el tiempo de entenderlas, y empezar a exigir un respeto real a nuestralibertad, nuestra propiedad y nuestra vida.

Es la única esperanza que queda, y la únicaque no podrán corromper ni violentar, como si lo han hecho con todo el papel mojado en el que han quedado los derechos que, a manera de amos con sus esclavos, nos hanotorgado.

Por: Ugo Stornaiolo, estudiante de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UISEK, 6to semestre.


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